Es un lluvioso sábado por la noche, estoy sola en casa y la noche es demasiado fría.
Al mirar la lluvia caer lentamente desde mi ventana me rodeo con el cobertor que es lo único cálido cerca de mi en estos momentos.
Mi celular suena, no se si contestar… después de todo las llamadas en la noche me ponen siempre un poco nerviosa.
Me levanto a contestarlo y con brinquitos rápidos regreso a la cama.
¿Hola?,… alguien al otro lado de la bocina tarda en contestar y con un ligero titubeo en la voz dice: “¿Hola? La verdad es que no sabia si llamar o no, tengo una semana sin saber de ti, no te veo por ningún lado, ¿estas bien?
Me quedo totalmente sorprendida, reconocí su voz al primer instante, quiero decir tantas cosas, tanto me pasa por la mente pero no puedo y las únicas palabras que apenas puedo formular son “Estoy… bien y tu?
Mi corazón se acelera y más aun, ante este incomodo silencio de 5 minutos, no sé que decir, nada se me ocurre, quizás lo que le he contestado es estúpido y cortante también.
El empieza a hablar y cuando menos me doy cuenta, ya estamos hablando de un sinfín de cosas, sobre nuestro día, las clases y afortunadamente no hay más silencios en un buen rato.
En este momento siento que hay tantas cosas que queremos decirnos uno a otro, pero en realidad sobre algo en especifico “nosotros”, pero cada vez que estamos a punto de si quiera poder decir algo, uno de los dos cambia el tema por platicas simples, sencillas, terrenales, como el cine, música, libros hasta clima...
Han pasado 2 horas y no hemos llegado a nada, es momento de colgar, y aquí estoy pensando de nuevo como despedirme, ¿en que estará pensando?, ¿Qué digo?, enseguida las palabras que apenas salen de mi boca son espontaneas y tontas de nuevo, le digo que me da gusto saber de él, que le agradezco que llamada y que lo...lo quiero.
Parece una eternidad este pequeño silencio ahora, las pocas y frías palabras que él me dice son “descansa y… cuídate mucho, adiós”.
Cuelgo el teléfono y ahí esta nuevamente este hueco…
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